Voy a ser padre.
Apenas queda un mes para que Arún baje lenta y suavemente por el canal de nacimiento de su madre. Será con toda certeza un camino que discurrirá de forma precisa y milimétrica. Como atravesar una habitación en diecisite horas. Tan despacio que apenas será perceptible el movimiento-quietud.
Estoy feliz y tranquilo. Vivo la llegada de Arún con calma, como la llegada inminente de una etapa más en el crecimiento como persona, pero una etapa más, tan importante como otras etapas de la vida. Y así me dispongo a vivir la paternidad. Como algo maravilloso pero normal que casi todas las personas de todos los tiempos han vivido. Participo de lleno en la paternidad teniendo siempre un ojo fuera de mí, observándome, observándonos, desde lejos, con perspectiva, para poder vivir de forma calmada cada momento y disfrutarlo de forma consciente y completa. Para poder reírme de mí mismo cuando me de cuenta de que en algún momento le doy una importancia que no tiene a cualquier cosa que ocurra (ya sea por ser considerada buena o mala, es igual). Quiero poder reírme de mí mismo si un día digo aquello de "Esto es lo más grande de la vida". Puede que sea lo más grande, pero la otra vez que viví algo parecido fue el día de mi nacimiento y ni siquiera lo recuerdo de forma consciente, aunque sé que influye en mi vida.
Voy a ser padre. Voy a tener la oportunidad de observar a un ser recién nacido en su camino por este lado del mundo. Voy a tener la suerte de poder aprender de un pequeño ser humano mientras crece física, mental y espiritualmente.
martes, 8 de marzo de 2011
sábado, 1 de agosto de 2009
El eclipse.
Atravesamos la jungla en tren. Comenzaba una tormenta inmensa cuando llegamos a Madarihat, un pueblecito perdido en medio de la selva de Bengala. Ya era de noche, la noche anterior al eclipse, cuando nos instalamos en el hotel Relax, el único de Madarihat. Alguien nos habló de un puente a algunos kilómetros al este desde donde probablemente se vería mejor el eclipse y concretamos una hora para que nos llevase hasta allí en su coche.
A las cinco y media de la mañana nos sentamos a la orilla del rio, a un lado del puente por el que pasa la carretera. Al este, detrás de muchas nubes, comienza a amanecer. Pero no podemos ver el Sol. El tiempo va pasando lento. Las nubes parece que no se mueven. Cuando empezamos a perder toda esperanza el Sol, del que ya sólo se ve una sonrisa como la del gato del País de las Maravillas, se asoma entre las nubes. Como por arte de magia se abre un claro en el cielo. Justo en medio está el Sol a punto de ser cubierto por completo. Y, de repente, un último rayo de Sol, un suspiro ahogado de todos los que estamos por allí cerca, y se hace la noche y el silencio. Una noche extraña. Una noche fantasmal. Y en el cielo un aura de luz que flota.
La sensación es sobrecogedora. Hipnotiza. No se puede dejar de mirar ese aura que brilla y flota en el firmamento. Aunque quiera mis ojos no se pueden dirijir a ningún otro lugar.
Es una demostración del poder de la naturaleza. Es la confirmación de nuestra pequeñez en el universo.
Después aparece un rayo de luz. Y otro. Y otro más. Y el dia vuelve a surgir. Las estrellas vuelven a desaparecer. Y la selva vuelve a despertar. El mundo sigue dando vueltas.
Un rato después, cuando el Sol es una sonrisa invertida, el claro entre las nubes desaparece y con él el Sol.
Ver el eclipse ha sido un regalo de las nubes que, por alguna razón que desconozco, decidieron dejarnos ver el Sol en el momento preciso.
A las cinco y media de la mañana nos sentamos a la orilla del rio, a un lado del puente por el que pasa la carretera. Al este, detrás de muchas nubes, comienza a amanecer. Pero no podemos ver el Sol. El tiempo va pasando lento. Las nubes parece que no se mueven. Cuando empezamos a perder toda esperanza el Sol, del que ya sólo se ve una sonrisa como la del gato del País de las Maravillas, se asoma entre las nubes. Como por arte de magia se abre un claro en el cielo. Justo en medio está el Sol a punto de ser cubierto por completo. Y, de repente, un último rayo de Sol, un suspiro ahogado de todos los que estamos por allí cerca, y se hace la noche y el silencio. Una noche extraña. Una noche fantasmal. Y en el cielo un aura de luz que flota.
La sensación es sobrecogedora. Hipnotiza. No se puede dejar de mirar ese aura que brilla y flota en el firmamento. Aunque quiera mis ojos no se pueden dirijir a ningún otro lugar.
Es una demostración del poder de la naturaleza. Es la confirmación de nuestra pequeñez en el universo.
Después aparece un rayo de luz. Y otro. Y otro más. Y el dia vuelve a surgir. Las estrellas vuelven a desaparecer. Y la selva vuelve a despertar. El mundo sigue dando vueltas.
Un rato después, cuando el Sol es una sonrisa invertida, el claro entre las nubes desaparece y con él el Sol.
Ver el eclipse ha sido un regalo de las nubes que, por alguna razón que desconozco, decidieron dejarnos ver el Sol en el momento preciso.
domingo, 31 de mayo de 2009
Papel
Papel, blanco. Pluma, tinta azul. Miedo.
Estoy incómodo, no es esta silla, la compré para este momento, para hacerlo confortable. Incómodo, estoy incómodo. La ropa tampoco es, está pensada para este instante.
Papel blanco, pluma con tinta azul y miedo, mucho miedo. Es el sentimiento caótico de enfrentarse a lo desconocido, a algo nuevo. Es la responsabilidad de luchar con un papel usando como única arma una pluma cargada con tinta azul. Terror a saber si se podrá sacar algo de la pluma, algo que no sea una letra tras otra (kjhdiuwkqopañmcmnlkeoi), ni una palabra tras otra (hola cello esta caído eres ¡ahora!).
La pluma está llena de cosas, de ideas, que un papel necesita para no ser una mera hoja en blanco sin nada que ofrecer al mundo. Pluma y papel se necesitan. Pero ellos no son nada si alguien no consigue hacer surgir de la pluma, tinta azul, todas las palabras que un papel necesita. Y yo no puedo. Estoy perdido en la inmensa llanura albina que se extiende ante mí y la pluma.
Hora tras hora sentado ante ellos, papel, blanco, tinta azul. No llego a unirme a la pluma, ella no me deja sus palabras, sus ideas, yo no puedo dárselas al papel blanco.
Duermo. Me levanto. Trabajo. Vuelvo a casa.
Papel, blanco. Pluma, tinta azul. Pánico.
Estoy en una habitación, tranquila, paredes de azul cielo. Unas velas, en llamas, tratan de iluminar el camino para que mi mente se una a la pluma, para que ésta me preste, por un segundo, su saber frente a un papel nevado. Nada. Una gran nada abarca toda la visión que se extiende, todavía virgen, ante mí. Una nada que ocupa la extensión que hay entre cuatro esquinas, esquinas cercanas, alejadas por un vacío albo. Papel, blanco.
Ideas pasan fugazmente por mi imaginación, pero son tan difusas... Una angustia va apoderándose de mí, mientras la pluma sigue sin soltar ni una sola de sus palabras. Paso varias horas delante de la hoja que, pálida, me recuerda a cada instante que desea ser escrita, que quiere decir algo. Mirada al reloj, me asusto, hace más de cuatro horas que de mi mente sólo sale la necesidad y la imposibilidad de escribir. Temor.
Once de la noche, ceno, sin televisión, sólo música que me transporta, por la imaginación, a otros mundos en los que sólo coexistimos la música y yo. Doce, duermo. Siete, me levanto y desayuno, luego una hora de metro y autobús, trabajo y vuelvo a casa.
Entro, despacio. Camino por el pasillo haciendo un ruido, apenas perceptible, los calcetines rozando con la madera. Llego, azul cielo en las paredes, miro por una rendija que deja la puerta. Hoja y pluma siguen encima de la mesa, papel pálido, la luz todavía no le ha alcanzado.
Contemplo mis manos, las palpo, por si son ellas las que me impiden escribir, pero no averiguo nada. Miro mi cara en un espejo, el resultado es el mismo, no parece haber nada que me tenga que impedir la escritura.
Me siento. Papel blanco, pluma con tinta azul, terror. Solo en casa, frente a frente con un destino todavía incierto, de momento inexistente, aunque puro.
Miro por la ventana en busca de una palabra, la primera palabra, para mi escrito... Me pierdo entre los árboles que hay enfrente. No escribe la pluma.
El papel, inmaculado, está perdiendo la paciencia. Noto su mirada clavada en mí, pidiéndome, suplicando, una palabra, sólo una, para darle habla. Yo le observo, despacio, buscando en su blancura algún signo de una palabra. Nada.
Tinta azul, pluma, sin estrenar aún. Cojo la pluma, la abro con decisión. Una gota, tinta azul, cae. Despacio, cae y veo cómo va cruzando, el aire con suavidad. Ni un ruido. Silencio. Toma diferentes formas durante la caída, siempre redondeadas. Cae, mancha, tinta, azul, en el papel, antes blanco. Pero, nada, no hay una palabra con la que empezar. Angustiado, me voy a dar una vuelta.
Cuando vuelvo es tarde, ceno y voy a dormir. Hoy no hay música, sólo silencio. Sueño... papel blanco, tinta azul, roja, negra y una pluma y una gota, de tres colores, que cae, cae irremediablemente, condenada, y mancha el papel, antes albo, y el papel se entristece, pues ya ni es puro ni habla todavía. Llora, sus lágrimas borran la mancha, vuelve a ser puro y feliz, aunque mudo.
Me levanto, día libre. Desayuno y voy, lento y asustado, a la habitación. Azul cielo en las paredes. Árboles tras la ventana.
Él sigue encima de la mesa, con su mancha, azul, de tinta, en una de las esquinas. No ha llorado. Sonrío y le doy un beso, en la mancha. Es suave, como piel de labios de muchacha, sí, suave. Me gusta su tacto, y se lo digo, “papel, me gusta tu suavidad.” Primeras palabras perdidas, ya es tarde para ponerlas, han volado con el viento, se han ido para no volver. Es realmente un papel especial para mí, hace tantos días que espero poder darle voz, se ha convertido en un objeto importante. Paso tanto tiempo a su lado, tratando de darle más vida, tratando de que me diga algo.
Nada, mi mente se ha vuelto tan blanca como fue el papel en otro tiempo. La pluma a mi derecha parece reír, se ríe de mí, pues no soy capaz escribir una palabra, algo, que haga que todo esto haya merecido la pena.
Pienso en por qué quiero escribir. No lo sé. ¿Se podrá escribir sin un fin determinado?. No lo sé.
Tomo, la pluma, tinta azul, la abro muy lentamente. Trato de pensar rápido y que mis actos no me impidan pensar. Agarro la pluma con la mano izquierda, mi mano buena, o mala. Con fuerza. Bajo rápidamente mi mano. Con fuerza, y clavo, la pluma, tinta azul. El papel está muerto. La pluma ya no ríe, sangra herida de muerte.
Papel, muerto. Pluma, muerta. Tinta azul, sangre y lágrimas. Tranquilidad... impotencia.
Estoy incómodo, no es esta silla, la compré para este momento, para hacerlo confortable. Incómodo, estoy incómodo. La ropa tampoco es, está pensada para este instante.
Papel blanco, pluma con tinta azul y miedo, mucho miedo. Es el sentimiento caótico de enfrentarse a lo desconocido, a algo nuevo. Es la responsabilidad de luchar con un papel usando como única arma una pluma cargada con tinta azul. Terror a saber si se podrá sacar algo de la pluma, algo que no sea una letra tras otra (kjhdiuwkqopañmcmnlkeoi), ni una palabra tras otra (hola cello esta caído eres ¡ahora!).
La pluma está llena de cosas, de ideas, que un papel necesita para no ser una mera hoja en blanco sin nada que ofrecer al mundo. Pluma y papel se necesitan. Pero ellos no son nada si alguien no consigue hacer surgir de la pluma, tinta azul, todas las palabras que un papel necesita. Y yo no puedo. Estoy perdido en la inmensa llanura albina que se extiende ante mí y la pluma.
Hora tras hora sentado ante ellos, papel, blanco, tinta azul. No llego a unirme a la pluma, ella no me deja sus palabras, sus ideas, yo no puedo dárselas al papel blanco.
Duermo. Me levanto. Trabajo. Vuelvo a casa.
Papel, blanco. Pluma, tinta azul. Pánico.
Estoy en una habitación, tranquila, paredes de azul cielo. Unas velas, en llamas, tratan de iluminar el camino para que mi mente se una a la pluma, para que ésta me preste, por un segundo, su saber frente a un papel nevado. Nada. Una gran nada abarca toda la visión que se extiende, todavía virgen, ante mí. Una nada que ocupa la extensión que hay entre cuatro esquinas, esquinas cercanas, alejadas por un vacío albo. Papel, blanco.
Ideas pasan fugazmente por mi imaginación, pero son tan difusas... Una angustia va apoderándose de mí, mientras la pluma sigue sin soltar ni una sola de sus palabras. Paso varias horas delante de la hoja que, pálida, me recuerda a cada instante que desea ser escrita, que quiere decir algo. Mirada al reloj, me asusto, hace más de cuatro horas que de mi mente sólo sale la necesidad y la imposibilidad de escribir. Temor.
Once de la noche, ceno, sin televisión, sólo música que me transporta, por la imaginación, a otros mundos en los que sólo coexistimos la música y yo. Doce, duermo. Siete, me levanto y desayuno, luego una hora de metro y autobús, trabajo y vuelvo a casa.
Entro, despacio. Camino por el pasillo haciendo un ruido, apenas perceptible, los calcetines rozando con la madera. Llego, azul cielo en las paredes, miro por una rendija que deja la puerta. Hoja y pluma siguen encima de la mesa, papel pálido, la luz todavía no le ha alcanzado.
Contemplo mis manos, las palpo, por si son ellas las que me impiden escribir, pero no averiguo nada. Miro mi cara en un espejo, el resultado es el mismo, no parece haber nada que me tenga que impedir la escritura.
Me siento. Papel blanco, pluma con tinta azul, terror. Solo en casa, frente a frente con un destino todavía incierto, de momento inexistente, aunque puro.
Miro por la ventana en busca de una palabra, la primera palabra, para mi escrito... Me pierdo entre los árboles que hay enfrente. No escribe la pluma.
El papel, inmaculado, está perdiendo la paciencia. Noto su mirada clavada en mí, pidiéndome, suplicando, una palabra, sólo una, para darle habla. Yo le observo, despacio, buscando en su blancura algún signo de una palabra. Nada.
Tinta azul, pluma, sin estrenar aún. Cojo la pluma, la abro con decisión. Una gota, tinta azul, cae. Despacio, cae y veo cómo va cruzando, el aire con suavidad. Ni un ruido. Silencio. Toma diferentes formas durante la caída, siempre redondeadas. Cae, mancha, tinta, azul, en el papel, antes blanco. Pero, nada, no hay una palabra con la que empezar. Angustiado, me voy a dar una vuelta.
Cuando vuelvo es tarde, ceno y voy a dormir. Hoy no hay música, sólo silencio. Sueño... papel blanco, tinta azul, roja, negra y una pluma y una gota, de tres colores, que cae, cae irremediablemente, condenada, y mancha el papel, antes albo, y el papel se entristece, pues ya ni es puro ni habla todavía. Llora, sus lágrimas borran la mancha, vuelve a ser puro y feliz, aunque mudo.
Me levanto, día libre. Desayuno y voy, lento y asustado, a la habitación. Azul cielo en las paredes. Árboles tras la ventana.
Él sigue encima de la mesa, con su mancha, azul, de tinta, en una de las esquinas. No ha llorado. Sonrío y le doy un beso, en la mancha. Es suave, como piel de labios de muchacha, sí, suave. Me gusta su tacto, y se lo digo, “papel, me gusta tu suavidad.” Primeras palabras perdidas, ya es tarde para ponerlas, han volado con el viento, se han ido para no volver. Es realmente un papel especial para mí, hace tantos días que espero poder darle voz, se ha convertido en un objeto importante. Paso tanto tiempo a su lado, tratando de darle más vida, tratando de que me diga algo.
Nada, mi mente se ha vuelto tan blanca como fue el papel en otro tiempo. La pluma a mi derecha parece reír, se ríe de mí, pues no soy capaz escribir una palabra, algo, que haga que todo esto haya merecido la pena.
Pienso en por qué quiero escribir. No lo sé. ¿Se podrá escribir sin un fin determinado?. No lo sé.
Tomo, la pluma, tinta azul, la abro muy lentamente. Trato de pensar rápido y que mis actos no me impidan pensar. Agarro la pluma con la mano izquierda, mi mano buena, o mala. Con fuerza. Bajo rápidamente mi mano. Con fuerza, y clavo, la pluma, tinta azul. El papel está muerto. La pluma ya no ríe, sangra herida de muerte.
Papel, muerto. Pluma, muerta. Tinta azul, sangre y lágrimas. Tranquilidad... impotencia.
lunes, 20 de abril de 2009
Miguel de Unamuno
"La libertad está encerrada y crece hacia dentro, y no hacia fuera. Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer libre a la planta, en no ponerla rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome esta o la otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida, o con tierra de muerte."
domingo, 29 de marzo de 2009
Kundera (La insoportable levedad del ser)
'El ruido tiene una ventaja. No se oyen las palabras'. Se dio cuenta de que desde su infancia no hace otra cosa que hablar, escribir, dar conferencias, inventar frases, buscar expresiones, corregirlas, de modo que al final no hay palabras precisas, su sentido se difumina, pierden su contenido y se convierten en residuos, hierbajos, polvo, arena que vaga por su cerebro, que le duele en la cabeza, que es su insomnio, su enfermedad. Y en ese momento sintió el anhelo, oscuro y poderoso, de una música inmensa, de un ruido absoluto, un bullicio hermoso y alegre que lo abrace, lo inunde y lo ensordezca todo y en el que desaparezca para siempre el dolor, la vanidad y el nihilismo de las palabras. En medio de aquel feliz ruido imaginario se durmió.
viernes, 27 de marzo de 2009
New moon.
Hoy es el primer día después de la Luna Nueva. Hoy comienza a crecer. Si pudieramos verla sería sólo un hilo. Pero está tan cercana a la órbita del Sol que nos quedaríamos ciegos si intentásemos mirar. Hoy comienza a crecer y, dentro de catorce días, estará completamente llena y algunos, unos cuantos locos admiradores, nos quedaremos embobados mirandola. Y nos perderemos en nuestros locos pensamientos de creyentes de la Luna. Es el primer día después de la Luna Nueva y vuelvo a ser sólo piel. Mi cabeza es sólo piel. Como renacer.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)